domingo, 18 de noviembre de 2012

El mensaje de una mejor ¿amiga?


—Hoy puede ser, ¿no? ¿Qué dices, Paco? 

—Sí, Carlitos —responde de inmediato—. Pero ¿dónde? 

—En el parque, pues. Ese que está cerca de la curva. Pero tú las pones. 

—Ya, ya, está bien —contesta apurado—. Pero Carlos, tienes que contarme todo lo que sabes. 

—Tranquilo, no más, Paquito. Pero Sergio sabe más. 

—Avísale, entonces. 

—Puta, está lejos… —lo busca entre todos los alumnos del salón—. ¡Sergio! 

—¡Silencio! —Todos los alumnos giran sus cabezas. 

—¡Atentos! —Se restablece el orden y la clase continúa sin otra interrupción. Sofía, la profesora, se hace respetar. 

El receso llega con el sonido del timbre. 

—¿Gordo, por qué me llamabas? —pregunta Sergio. 

—Hoy día es, hermano. 

—¿Hoy día es qué, huevón? 

—Vamos a ir al parque de la curva —se ríe—. A beber el «jarabe», hermano. 

—¿El jarabe? Habla bien, imbécil. 

Ambos ríen. 

—¿Te apuntas? 

—«Nah». Sabes que no me gusta el trago y menos para ahogar penas de amor. 

—¿Penas de amor? 

—¿Crees que no lo sé? —dice Sergio—. Vale terminó con Paco y ahora el huevón quiere saber por qué. 

—Ja, ja, ja. Nada se te escapa, hermano. 

—Tú sabes toda la vida de ella. Te llama «hermanito» —lo mira a los ojos—. No jodas y anda a tomar solo con él. 

—No, pues, hermano. ¿Hace cuánto que no tomamos juntos? 

—Gordo, ya te dije, déjalo para la fiesta de promoción. 

—No jodas —sonríe—. Vamos, que Paco piensa pagarlo todo. 

—Eres un pendejo —dice Sergio—. Te gusta tomar y solo vas porque Paco va a pagar. 

Carlos estalla en risas: 

—Y también para que deje de preguntarme por Valeria. Ya me está cansando —deja de reír—. Ya, hermano, no cambies de tema. 

—Estás peor que quinceañera —dice Sergio—. Está bien. Unas cuantas chelas y me voy. 

—Excelente, hermano —se ríe. 

Se escucha el timbre que indica el fin del receso. Ambos suben por la escalera. Las paredes son de color amarillo pastel y envolturas de dulces decoran el suelo. Una pareja de adolescentes besándose se separa al verlos; puede ser algún profesor. Continúan hasta llegar a su salón. En la puerta, una placa reza: «quinto “A”». 

—Hermano, siéntate cerca. Nos toca Religión. 

Ingresan al salón y Paco los espera sentado. Sergio lo observa. Delgado, muy delgado. Alto y sin cabello. Mirada perdida y sonrisa fingida. Piensa: debe estar destrozado. Está a punto de hablarle a Carlos, pero escucha su nombre. Voltea lentamente y piensa: lo sabía, es ella. Ahora, ¿qué quiere? 

—¿No me escuchas? 

—Nos está viendo, Vale —dice Sergio. 

Carlos avanza y los deja. 

—Tenemos que hablar —dice Valeria. 

En ese momento, ingresa un grupo de alumnos; el profesor, atrás de ellos. Es alto y canoso. Lleva, como de costumbre, grandes lentes —que son blancos de burlas entre los estudiantes—. ¿Su nombre? Carlos. Carlos Fonseca. 

—Hablamos en otro momento, Vale. 

—Alumnos, por favor, siéntense —dice Fonseca mientras deja su maletín en el pupitre—. Hoy veremos los pecados capitales. 

—Sergio, es importante… 

—Ya llegó el profesor —le da la espalda—. Te llamo en la noche. 

Sergio llega a su mesa. Se sienta al lado de Carlos y se recuesta en el espaldar de la silla. Bosteza. 

—¿Qué pasó, hermano? 

—Nada, gordo —se arregla el cabello. 

—¿Alguien sabe cuáles son los siete pecados capitales? 

—¿Te habló de mí? —pregunta Paco. 

—Sí —dice Sergio sin mirarlo—. Te lo cuento más tarde. 

—Muy bien, Juan. ¿Alguien que sepa otro más? 

—Te lo cuenta en el parque, Paquito —dice Carlos, de pronto más animado. 

—Tranquilo, gordo. Ya te dije: «Unas cuantas chelas y me voy». 

—Lujuria, gula, ira. ¿Alguien más? 

—Pereza —dice Paco. 

—Hermano, ¿cómo está Alba? 

—Es una «techera». ¿Te conté que ha vuelto a salir preñada? 

—¿Cuántos años tiene? —se ríe Carlos. 

—Uno —responde Sergio—. Por cierto, ¿cómo está Rocco? 

—Se perdió. 

—¿En serio? —se ríe—. No jodas. 

—Sí, huevón. Mi tío la sacó a pasear; dice que entró, solo unos minutos, a la tienda y cuando salió Rocco ya no estaba. 

—Carlos, Carlos —dice Paco, de pronto—. Me está mirado. 

—¿Quién? —pregunta, incómodo, Carlos. 

—Vale. Vale está volteando seguido. 

—¿En serio? —Carlos mira al sitio de Valeria. La observa. En efecto, ella voltea a ver, pero no a Paco, sino a… ¿Sergio? 

—Alumnos, por favor, habrán sus cuadernos y copien —ordena, con energía, Fonseca. 

—Hermano, creo que Vale te está mirando —dice Carlos en voz baja. 

—Ah, ¿sí? —responde Sergio indiferente—. Debe ser a Paco. 

—Carlos, ¿sabes por qué lo hizo? —pregunta Paco. 

—Tranquilo, ya te dije, vamos a hablarlo al salir del colegio, claro, con sus respectivas chelas. 

—Muy bien, alumnos. Ahora pasen aquí; voy a revisar qué han hecho —sentencia Fonseca. 

—¿Has copiado, gordo? 

—Nada, hermano. 

En la última media hora, Sergio solo se dedica a copiar lo escrito en la pizarra. Su rostro es indescifrable y su mirada, penetrante. Tal vez, por eso, tiene éxito con las jóvenes de su promoción. Pero algo, hoy, no está bien en él. Piensa: ¿qué será tan importante? Se arregla el cabello inconscientemente y continúa escribiendo en su cuaderno. La clase vuela y el timbre suena —una vez más—, pero esta vez indica el fin de clases y el inicio del, tan ansiado, fin de semana. 

—¡Por fin! Esa clase me tenía podrido —dice Carlos, de nuevo animado—. Qué pasó hermano, te vi copiando sin hablar. 

Sergio no lo escucha. 

—Oigan, vamos yendo —Paco avanza primero—. ¿A cuál tienda vamos? 

—Paco, no tengo dinero, por si acaso —Sergio mira a Carlos. 

—No pasa nada, hermano. Hoy Paco invita —Se ríe. Los tres muchachos salen del colegio y llegan a una pequeña tienda en la esquina. 

—Gordo, ve tú —ordena Sergio—. De todos aquí, eres el más viejo. 

—No faltaba más, hermano —contesta Carlos. Paco, juégate el dinero. Bueno, un ron, una gaseosa y tres chelas para empezar, ¿no? 

—Eres tremendo alcohólico, gordo. 

—No jodas, hermano —se ríe Carlos—. Todo lo hago por Paquito. 

Carlos entra a la tienda y sale, a los pocos minutos, sin nada. 

—¿Qué pasó? —preguntan Sergio y Paco. 

—Me pidieron DNI. 

—Vamos a otra tienda —dice Paco, ya avanzando—. Frente al parque hay una. 

Los muchachos caminan. Sergio observa, de nuevo, a Paco. Piensa: ¿Siempre camina así? ¿Jorobado? Por eso te dejó. ¿Por qué se deja tratar así? Carlos solo lo está usando. Huevón… 

Llegan a la curva y caminan hacia el parque. Al frente hay una bodega. Carlos, esta vez, sí compra los tragos. Buscan una banca limpia y los tres muchachos se sientan. 

—¡Por fin, ahora sí, carajo! —Carlos saca una botella. Parece gaseosa. 

—¿Gordo, qué es eso? —pregunta Sergio. 

—«Punto G», hermano. ¿Quieren? 

—Tu hígado, sinceramente, va terminar hecho una porquería —dice Sergio. 

—Todo es con práctica, hermano —se ríe—. Ten, Paco. Le da un vaso descartable y le sirve un poco de ron mezclado con gaseosa negra. 

—Paco, si quieres no tienes que tomar —dice Sergio. 

—¿Qué? Hermano, cómo puedes decir eso —dice Carlos—. No se puede desperdiciar el «néctar de los dioses». Además, Paco lo necesita. 

—Carlitos, ahora sí, cuéntame —dice Paco, tomando sorbos de ron—. ¿Qué te contó Vale? 

—Mira Paco, ella al principio no me quiso contar —termina el segundo vaso de «Punto G» y se sirve ron—. Pero luego me dijo que ya no estaba enamorada de ti. Ya sabes… Esa frase: «no eres tú, soy yo». 

—Pero cómo Carlos. ¿Cómo? No lo entiendo —termina la bebida de su vaso e inconscientemente se sirve más—. Hace dos semanas estaba todo bien… 

—Como te dije, no sé mucho. No me quería contar —dice Carlos y continúa bebiendo—. Lo que sé, me lo dijo hace dos o tres días. 

—Te cuento —dice Paco y continúa bebiendo—. Hace una o una semana y media, estaba rara. No sé. Me evitaba. Me daba cuenta, pero no quería decirle nada… 

—Oye, hermano. Tú sabes más, ¿no? —dice Carlos y sigue bebiendo, ahora abre una cerveza—. Díselo a Paco. 

—¿Qué hablas, gordo? —Sergio observa a Paco—. Con calma, ya es tu sexto vaso, ¿no? 

—¿Tú sabes algo más, Sergio? —pregunta Paco, que tiene ya los ojos inyectados en sangre. 

—Ya deja de tomar, Paco —le ordena Sergio. 

—Déjalo, hermano —dice Carlos y continúa bebiendo, ahora abre la segunda cerveza—. Paco, ella me dijo que ya no está enamorada de ti. Acéptalo y chupa, no más. 

—No, Carlos. Yo la quiero —En el parque ya no hay nadie. Paco se levanta y se dirige a un árbol. Abre su bragueta y orina. 

—Hermano, ¿dónde está Paco? —Carlos se ríe y continúa bebiendo, ya es su tercera cerveza—. Oye, carajo, tú no has tomado nada. Chupa, pues, hermano. ¡Salud! 

—Gordo, Paco está meando. Tienes que llevarlo a su casa —ordena Sergio—. Mira cómo camina. 

—¡Te amo, Valeria! —grita Paco. Vuelve de orinar y toma lo que queda de la botella de ron—. Sé que me quiere, Carlos. Carajo, ¡sé que me quiere! 

—Chupa, pues, hermano. Chupa —Carlos se ríe, se pone de pie y se dirige a un árbol a orinar. 

—Yo la quiero, ¡la amo! —Paco habla en voz alta, grita. 

—Tranquilo —dice Sergio—. ¿Puedes caminar? 

—Claro, pues, huevón —responde Paco. 

Sergio no responde. Se ríe. Piensa: carajo, le crecen huevos cuando está borracho. 

—Chupa, pues hermano. Chupa —se ríe Carlos. 

—Huevón, ya no hay nada que chupar. 

—¡Te amo, Valeria! 

—¿Ya no hay nada que chupar? No jodas —dice Carlos—. Paco, vamo’ a comprar más, carajo. 

—¡Ya! —Paco se pone de pie y se tambalea—. ¡Te amo Valeria! 

—Huevones —dice Sergio—. Vámonos. 

—Todavía es temprano, hermano —dice Carlos. 

—Todavía es temprano —repite Paco. 

—Bueno, huevones, quédense. Me voy. 

Sergio sale del parque y camina. El aire le da en la cara; él lo agradece. Cruza la pista y espera a su carro. Piensa: la casa de Vale esta cerca. La «S» se detiene y él sube. Se sienta al lado de una señora y se pregunta: ¿oleré a trago? El carro avanza rápido. Se siente cansado. 

Piensa: ¿debí decírselo? Aparte, es un huevón. ¿Tomar, porque te dejaron? ¿Debí decirle que me acosté con su enamorada? Confundimos las cosas, Paco. Me invitó a su casa. ¿Sabes que yo soy su mejor amigo? Pero, sobre todo, soy hombre. No había nadie en su casa. No recuerdo por qué fui. No recuerdo por qué hicimos el amor. Estábamos en el sofá y de pronto empezaron los juegos. La toqué y ella correspondió, Paco. No se apartó, también me tocó. Soy hombre, Paco. ¿Qué hubieras hecho tú en mi situación? ¿Te hubieras ido? No, claro que no. Hubieras hecho lo mismo, exactamente lo mismo… pero tú eres tan inseguro, caminas cabizbajo, no demuestras liderazgo ni siquiera cuando estás con ella. Lo siento, Paco, soy hombre y le hice el amor a Valeria, tu enamorada… pero, ¿ya no lo es? Después de tocarnos, la besé. Fue un impulso. Recuerdo ver fijamente a sus ojos. No bajé mi mirada. Quizás, si lo hacía, no estuvieras hoy borracho en el parque, y Carlos no se hubiera aprovechado de ti, pero eres tan ingenuo... Los besos se hicieron más intensos, Paco. No había nadie en su casa. ¿Qué querías que hiciera? Soy hombre, Paco. Me condujo a su habitación. No sé si has estado ahí, pero el aroma me drogó. ¿Si pregunté por ti? No, no lo hice. Lo siento, no pensaba en nadie más, solo en ella… Mi mejor amiga… ¿Ahora lo es? No lo sé. Después de que toda la calentura pasó; después de que nuestros deseos fueron saciados; me levanté, me vestí y me fui. Paco, lo siento. En ese momento, pensé en ti.

El carro llega a su paradero y Sergio baja. Se siente cansado, así que camina lentamente hacia su casa. Introduce la llave, gira a la derecha; se aprecia su sala en penumbra. Su hermano aún no llega. Sube las escaleras y su celular suena. Es Valeria. No contesta. Está muy cansado. Deja el celular en su cama. Mientras se cambia, el celular vuelve a sonar. Piensa: te llamaré mañana. Se hecha en su cama y en pocos minutos se queda dormido. El celular, a su lado, continúa vibrando. Ahora Sergio duerme tranquilo, pero por nada del mundo se espera encontrar mañana, al despertar, este mensaje en su celular: «Creo que estoy embarazada».